17.5.07

Historia de una morena (V)

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Giraba como una peonza en mi cama, oí los ruidos de la noche y el grito destemplado de algunas gaviotas sin dormir ni un segundo. Hice y deshice todos los reproches que le guardaba e intentaba sentir el alivio de sus pasos en las viejas escaleras del modesto hostal. La noche se fue llenando de ruidos, de luces y ajetreos, de rutinas ajenas, de dolor y fracaso. Salí a fumarme un cigarrillo sentado en el bordillo, mientras la noche acunaba un sol alto, y el trajín renovado de la ciudad. La vi llegar sin prisas, acompañada de un tipo circunstancial y complaciente; y yo allí, haciendo el ridículo de la espera teñida de desesperanza, a la luz de aquella noche de sol de mediodía. Fue su manera de decirme que ya no le interesaba, que mi tiempo había pasado aunque yo no quisiera verlo. Anduve por la ciudad mientras ella dormía y me preguntaba ¿cuando habría de amanecer?. Volví y era de noche, ella se arreglaba para ir a bailar sevillanas (desde ese tiempo las odio) ¿como podía ser que aún fuera medianoche?, la hora en que salen, en Barcelona o en Madrid, la gente que no quiere ser como yo. Intenté dormir aprovechando que la noche duraba ya más de un día. Lo hice apenas, pero ya no la esperaba, solo intentaba recordar si había sido alguna vez de día antes, cuando viví meses a su lado… y no podía recordarlo. Recordé la noche de mi llegada al Carrer del Pí, cuando una morena me esperaba con los ojos brillantes en las sombras, y subí a su cuarto ambientado de sedas de la India en las paredes, velas e incienso. Recuerdo su ojos enamorados y su rostro cambiante en la penumbra, era todas las mujeres que yo había deseado.
Es muy confuso todo lo que viví a la sombra de esa muñeca hermosa que te daba su corazón y su vida con la misma naturalidad con que te los quitaba una noche, Siempre noche.
Yo era un vampiro, un succionador de vidas ajenas por no tener una propia, pero era indigesta aquella vida de mescolanzas orientales y hippismo lumpen.
Conocí mundos nuevos a su estela, pero no me interesaron, descubrí que la belleza no es la perfección, y que estar solo, a veces, es menos dañino que humillarse.