15.5.07

Historia de una morena (III)

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La acompañé a su entrevista y me fuí a trabajar a casa de un amigo fotógrafo que vivía cerca tras indicarle dónde era. No podía quitármela de la cabeza, y las horas en que no la ví, las empleé en pensar que quizás la endiosaba porque mi corazón no tenía adonde ir. Mi amigo reforzaba esa creencia tras comentar de mi entusiasmo: "ya será menos". Sentí que se retractaba cuando al sonar el timbre de la puerta me anunció con un aire perplejo que alguien me buscaba; mientras le dejaba paso, y al darle ella la espalda, se mordió el labio inferior con cara de angustia por todo comentario.
Empezaba a fantasear con la idea de vivir un sueño, y ella colaboraba mostrando mucho interés en permanecer conmigo todas las horas en que no tomara clases. Desmonté mi rutina habitual y vivía en una especie de nube a la que me había subido trepando por su sonrisa y su entusiasmo sincero por mi compañía.
Sentía crecer dentro de mí un árbol poderoso sobre las ruinas de mi inseguridad, y todo se lo debía a esa bella extranjera que me abría las puertas de un mundo nuevo.
A la tercer noche, después de retirarme a mi cuarto, sentí la necesidad imperiosa de verla aunque fuera dormida, y salí de mi cuarto con la excusa de una excursión al lavabo. Allí estaban aquellos ojos otra vez, abiertos y sonrientes, detrás de aquella mano delgada que se extendía hacia mí.
Cogí su mano y me senté a su lado; era todo extraño y natural, parecía que todos mis deseos tenían sentido de repente cuando comprendí en su mirada que ella también necesitaba a alguien.
Casi sin hablar acariciaba su pelo, mientras ella apretaba mi otra mano y la sujetaba bajo su mentón. No había música, pero algo en mí la escuchaba, y las tinieblas eran tan generosas que me permitían ver sus gestos de bienvenida. Sin cambiar de postura, retrocedió en la cama para dejarme sitio. Entré a aquel calor como quien llega a un puerto tras la más dura travesía, contrariamente a lo que cabría esperar, no había en mí deseo sexual alguno, sentir su cuerpo cálido, era para mí como una recompensa a tanto esperar un sueño que me acogiera. Hundió su cabeza contra mi pecho y me pareció que su piel se derretía y fundía con la mía; cuando por fin fuimos uno, hablamos de desilusiones y esperanza. Cuando nuestros corazones aliviados por aquel contacto sin interferencias físicas se habían reconocido, nos dimos un corto y preciso beso y me fuí a dormir a mi cama. Nada hay más extraño en esta historia que me durmiera enseguida, como quien sabe que mañana, al despertarse, un mundo nuevo le estará esperando.