30.6.06

Por el camino iba revisando mentalmente las condiciones de la casa trampa.
El baño estaba discretamente limpio (no recordaba haber visto calzoncillos sucios en los rincones. Había cervezas, ron, coca y el relativo desorden era más pintoresco que desagradable. Conforme con el escenario abrí el primer portal y luego el buzón; como siempre, mi correspondencia se limitaba a publicidad de un híper, ordenadores y dos reclamaciones por facturas atrasadas de gas y teléfono. El sistema era insaciable y despiadado. Subimos en el ascensor y percibí por primera vez una cierta tensión en Sandra, no digo que oliera a feromonas, pero igual asenté su leve turbación en el haber de mi previsto negocio.
Ni bien entramos, cogí una botella de cerveza y serví dos vasos. Le mostré rápidamente la casa, la amplia terraza, la cocina (de la que estoy secretamente orgulloso por no parecerse a ninguna cocina de soltero que haya conocido, higiénicamente hablando), y desde la sala, invadido por un pudor inoportuno, señalé una puerta y dije, “ese es el dormitorio”.
- Me gusta tu casa, ¿y el libro?
La invité a sentarse en el sillón y me puse en cuclillas a su lado mientras se lo entregaba.
-¿Y como lo has conseguido?. Preguntó mientras pasaba las hojas escritas en busca de la última.
-Prefiero no decírtelo.
Se me quedó mirando confusa; probablemente pensaba que todo esto no era más que un truco y supongo que maldecía su credulidad porque cerró el libro sin haber leído ni una línea.
Sin pensar en posibles consecuencias, supe que era vital quitarle aquella idea de la cabeza porque, aunque probablemente sus intenciones fueran parecidas a las mías, a nadie le guste que le tomen por tonto.
Se había quedado con las manos apoyadas sobre la tapa del libro; apoyé sobre las suyas mi mano derecha y me lancé:
-¡ Qué desconfiada eres guapa !…mira, tu me gustas, es más, me gustas mucho, y me parece una idea excelente el que estés aquí, tanto mejor si consigo seducirte, que hagamos el amor y todas esas cosas, pero aquí no hay ningún gato encerrado.
Mi prosa era fluida, precisa y efectiva, me sorprendió a mí mismo el hecho de ser tan directo en semejante cuestión sin el menor asomo de nerviosismo.
-El libro lo he robado, así como otras cosas que me da vergüenza reconocer, de casa del tío ese.
Estaba seguro de que me creía, y le narré los pormenores de mi, hasta ese momento, secreta incursión al chalet de Arturo Soria.

29.6.06

Siempre me costó caminar hacia alguien que me está viendo, nunca sé que hacer con las manos salvo que sea Invierno, y en este caso, hasta mis pasos perdían el ritmo. No había nada que hacer, esta mujer me tenía hecho un imbécil. Unos metros antes de su encuentro, caí en la cuenta de que no traía el libro conmigo; un choque frío me llevó las manos a la cabeza, y por fin supe qué hacer con ellas.
Después de todo, no era mala idea el que el libro estuviera en casa, donde también había música suave, cervezas y la posibilidad e atenuar la luz si fuera menester.
Estaba radiante; falda vaquera más bien corta y una camiseta de algodón amplia sin mangas, muy vulnerable a mis ojos que conseguían deslizarse con facilidad hasta la generosa redondez de sus senos. Las gafas oscuras le sentaban muy bien; muchas mujeres suelen esconder parte de su rostro tras las gafas de sol con resultados beneficiosos. En este caso, aunque no había nada imperfecto que ocultar, aportaban un misterio que se agradecía en aquella cara de no romper un plato.
-Hablame del misterio.
- Antes cojamos una barca.
-¿Con este sol?.
Mis fantasías comenzaban a derrumbarse muy pronto, además, tenía razón, era una locura.
Nos echamos a la sombra sobre el césped. Se montó las gafitas en la frente y me atravesó con aquellos ojos claros que siempre me habían turbado.
-¿Y bien?
-Bueno, allá voy; ¿recuerdas el “Libro de los sueños” ?
Entrecerró los ojos y elevó la mirada como buscando en las copas de los árboles un vestigio de algo olvidado. Aproveché su concentración para pasear demoradamente la mirada por el dulce abismo de su escote e instintivamente me mordí el labio inferior.
-! Ya…,¿ el supuesto libro de los sueños del tío del chalet?
-No tan supuesto, lo tengo en casa.
- !! No jodas ¡¡ dijo con cara de sorpresa.
-! qué boquita guapa ¡, ¿no sabes que esas cosas no se dicen?
-¿ Y qué hay en él?
Cambié de posición y cargué el peso de mi cuerpo estirado sobre el brazo izquierdo. Mi antebrazo derecho, así como el codo, presentaban un ligero enrojecimiento y estaban surcados por infinidad de líneas, formando un entramado irregular y confuso. Examiné la zona un poco más y requerí su atención sobre mi brazo.
-Lo que hay en el libro es algo así. Le dije enseñándole las marcas entrecruzadas que sugerían un jeroglífico.
- A ver si voy entendiéndote. Dijo mientras se incorporaba en actitud de máximo interés ( y adiós tetitas).
-¿Se trata de un libro escrito en signos a descifrar?
- Sí y no. Respondí echando otra pizca de misterio a mi guiso traicionero.
- ! Venga hombre, suelta ya ¡.
- Se trata de un libro manuscrito, en Castellano, Portugués e Inglés, pero estoy dispuesto a asegurar- aunque sólo he leído retazos aquí y allá- que se trata de un jeroglífico.
- Quiero verlo. Me dijo,
¿ahora? pregunté con aparente desgana mientras mi otro yo se frotaba las manos y se peinaba las cejas ante un espejo imaginario.
-¿Puedes? preguntó con un gesto de súplica burlona que supongo sabía letal.
- Puedo. Y me levanté de un salto extendiéndole mi mano. Una mano cálida sujetó la mía, no podría describir la intensa sensación que me produjo. Una vez en pié, retuve su mano un momento y disparé un rayo con mis ojos a los suyos; debí haber errado el lanzamiento, porque su rostro permaneció impasible. Otra posibilidad es que mi poder de seducción se encuentre alojado en alguna víscera inalcanzable a la percepción de los demás. Una décima de segundo antes de que la situación se inclinara hacia un ridículo inmanejable, solté su mano, y al modo de un líder que decide atacar la fortaleza dije gravemente: Vámonos.

28.6.06

De camino, pasé por la gasolinera, y por primera vez en mi vida, experimenté la gratificante sensación de decirle al de la gasolinera: “Lleno por favor”. Al decirlo, me sentí casi importante. El tipo me miró un momento, como dudando de lo que había oído; nunca me había excedido allí de lo suficiente para apagar la luz de la reserva.
El 1430 no entendía nada, acostumbrado como estaba a la pobreza, temí que muriera por sobredosis.
Mientras comía, tejía historias ingeniosas, en las que le entraba a la
beldad con una brillantez fácil y demoledora. Todas las fantasías terminaban igual, a los besos sobre la barca a la deriva. Sabía que la realidad sería diferente, así que , en aquellas ensoñaciones bañadas en salsa agridulce aprovechaba para palpar la generosa humanidad de Sandra; al borde de la erección y la dispepsia salí del chino y me introduje en el sauna azul metalizado en que se había convertido mi Masserati. Como aún daba tiempo, y quedaban la mayor parte de las quince mil con que había salido, decidí lavar el coche en uno de esos túneles que, no lavan bien, pero sin duda contribuiría a enfriarlo un poco. Comprobé dentro, lo que debieron sentir los que se quedaron en el interior del Titanic, el agua entraba por todos
lados. Me fui chorreando por Alcalá, y en pocos minutos, estaba en el
parque.
Caminaba lentamente por los frescos túneles que formaban los árboles aislando las veredas del bochorno. El canto de los pájaros mitigaba el zumbido incesante de la ciudad a unos pocos metros. Una brisa suave me daba de frente cuando la vi de lejos, ! qué guapa estaba ¡, o mejor,… era. Ahora el aire sabía a gloria.

27.6.06

Sandra llamó al día siguiente; estaba yo sumido en un estado que debe ser parecido a lo que llaman crisis existencial. La excitación inicial había remitido, y poco a poco, la desgana y la confusión se iban apoderando de mí.

-Hable.
- Hola , buenos días, ¿está el águila?
-¿Que hay guapi?
-¿Estabas dormido?
- No, …no. Dije secamente.
-¿Seguro?
-Si quieres te firmo una declaración jurada_. Al terminar la frase me di cuenta de que estaba siendo bastante desagradable e intenté imprimir un poco de cordialidad a mi tono. Digamos que algo más acorde con mis verdaderas intenciones.
-¿ Nos vemos hoy? pregunté con aire de modesta súplica.
-Sí, tengo la tarde libre.
-Sandra, ¿tú sabes Inglés?.
-Bastante bien, ¿por?
-Ya te contaré, y…¿tienes dinero?
-¡Vaya!…¿como cuanto?
-Cinco millones.
-Espera a que vea en el monedero- rió.
-Es que lo que tengo para enseñarte es muy , …pero que muy valioso.
-Oye, no me tortures más, ¿no sabías que las mujeres somos muy curiosas?.
-Es verdad, a veces sois muy curiosas.
-¿De que se trata?
-Lo sabrás pronto, ¿te parece a las 4 en las barcas del Retiro?
-Vale, ahí te veo.
Al colgar, estaba un poco un poco más animado, quizás un poco de naturaleza ordenada y tía guapa consiguieran volverme a mis cabales.
Busqué algo que comer y lo que había tenía tan poco atractivo que opté por ir al chino. Antes, me di uno de esos baños que uno se da en las grandes ocasiones, y me demoré mucho más de lo habitual en considerar el atuendo que llevaría a la cita con mi mejor sueño. Hice mi primera incursión para diezmar el diccionario, en realidad fue para quinciesmar. Había que ir a lo grande

26.6.06

José Luis Candela me lleva a un bar muy extraño, él tiene once años y yo mi edad actual. El dueño se niega a servirnos. Arrojo mi navaja y se clava en la tibia del hombre con un ruido sordo. Me desperté sobresaltado por el sueño que contenía una carga de violencia
desconocida en mi actividad onírica, pero me abracé al libro, sonreí a la minicadena y volví a dormirme.
Omar y yo estamos en un automóvil esperando que otro vehículo que obstruye el paso, nos deje pasar. La policía revisa el coche y saca del maletero un radiocassette y le obliga a arrancar y marcharse. Mi hermano sale del coche (donde antes no estaba) y tropieza dando con la frente en un árbol ; alcanza, antes de desmayarse, a decir : “me rompí la cabeza”. Lo levanto del suelo y lo llevo en brazos hasta un bar cercano. Dentro del servicio encuentro al barman que orina tranquilamente en la pila con una navaja clavada en la pierna. Le digo que salga , abro el grifo y lavo la cara de mi hermano cubierta por la sangre, parece muerto.

25.6.06

Influenciado seguramente por el siniestro encanto del “L de los S”, decidí que, en el futuro, apuntaría los sueños, o retazos de ellos que consiguiera recordar. Una y otra vez me desconcentraba recordando involuntariamente mi asalto al chalet. Ni en mis elucubraciones más osadas había llegado a plantearme una cosa semejante. Me preocupaba la idea de tomar como hábito, acciones de este tipo. Robar, para mí, hasta aquel momento, era una travesura más que no pasaba del minipillaje en los grandes almacenes; una especie de reto personal que buscaba simplemente sentir correr la adrenalina entre neuronas dormidas. Además, las cosas que robaba, (y no lo hacía con frecuencia), nunca eran mas que objetos pequeños de ínfimo valor; esta vez no había asaltado el tren de correos, pero sin duda se trataba de un precedente peligroso.
Siempre había sostenido que yo era, esencialmente, un chico bueno, dotado de una cierta incapacidad para el mal y las acciones injustas. Me molestaba la idea de que aquel concepto, del que me enorgullecía, no fuera más que una actitud formal, un dique social, que había cedido ante la presión de un embalse de alcohol mayor de lo habitual.
Me preguntaba porqué este hombre escribía algunas páginas en Inglés y maldije infinidad de veces mi desconocimiento de esa lengua, rogaba que Sandra supiera lo suficiente de este idioma como para traducir porque no me gustaba la idea de involucrar a nadie que no fuera ella.
No tardé mucho en empezar a quedarme dormido con el libro en las manos sin haber podido leer más que algunos sueños y frases inconexas, el día había sido muy agitado.

24.6.06

-¿Sandra?
-Si, estuve llamándote estos días y no estabas en casa.
-Pues ya estoy y tengo algo sensacional para ti…
-Todos decís lo mismo, ¿me lo vas a contar ahora?
Sobre las once, aquí en casa, ¿sabes llegar?
-Seguramente sí, pero no puedo hoy, ya es un poco tarde, ¿no crees?.
Lanzado como estaba , olvidé el pequeño detalle de que era una hora un poco sospechosa para que una mujer casada fuera a ver a un amigo desconocido de su marido y quedamos para el día siguiente. Al colgar me quedó la impresión de haberme comportado como un caballo desbocado y el temor que no viniera. Me di un baño, puse música suave en mi flamante minicadena y me dispuse a zambullirme en el “Libro de los sueños”; antes revisé el diccionario por enésim vez sin que se incrementara mi tesoro. No estaba mal, 175.000 era la mayor suma que recordaba haber tenido; además, la minicadena sonaba bien y la noche prometía ser excitante. Siempre me gustó la idea de conocer los secretos de otra gente, y adivinaba que este libro, era un compendio de ellos.

“Estoy durmiendo en una sala donde se desarrolla una reunión en la que hay algunos conocidos pero son más los extraños. Me despierto y oigo sus voces y sus risas, eso me molesta y doy un alarido. Se produce un silencio; uno de los asistentes se justifica ante los demás en voz baja y tono comprensivo, :
“está muy enfermo” , y se acerca a mí para apoyar su mano en mi boca . Vuelvo a dormirme mientras les oigo murmurar. Una vez más me despierto al oir un gemido y vuelvo a gritar; deseo que aquella mano amiga vuelva a confortarme con su calidez… pero nadie viene. Me incorporo y echo un vistazo a la sala; alguien ha hecho una escabechina en la sala y masacrado a los invitados , un pequeño charco de sangre orla mis zapatos al lado de la cama.

23.6.06

Metí el libro en la bolsa y decidí llevar los folletos también ante la posibilidad de haber dejado huellas. Salí de allí con un nerviosismo mayor del que experimenté al entrar. Antes de saltar la verja intenté centrarme un poco.-” No la cagues ahora tío” me dije, aspiré profundamente y salté con agilidad encaminando mis pasos hacia el coche.
Estaba tan nervioso ante mi primera experiencia delictiva de primera división que, encajar la llave en la cerradura costó lo suyo. La paranoia se hacía insufrible por momentos. Todos me miraban ; al poner el pié en el embrague, mi pierna temblaba descontrolada. Salí a los tirones, transpiraba copiosamente y aproveché el primer semáforo adverso para tranquilizarme un poco. Revisé mentalmente la posibilidad de haber cometido un error que me delatara y lo único inquietante era haber reconocido interés por DML los días que fui al bar próximo. Confiaba en que el robo no se descubriera pronto y que se olvidaran de mí o no me relacionasen con aquel asunto. Pensé que lo mejor era seguir yendo al bar unos días más pero estaba seguro de no tener huevos para hacerlo y aumentaría así la posibilidad de meter la pata.
A poco de llegar a casa sonó el teléfono.
-Agencia de detectives el águila tuerta, dígame, solté convencido de que se trataba de Agustín. Siguió a mi respuesta un silencio incómodo, y sintiéndome un poco tonto confesé: - Perdón, era una broma, ¿quién habla?.
-¿Siempre atiendes así el teléfono?, preguntó una voz de mujer asombrada.

22.6.06

Sabía que no debía encender luces y esperé un momento a que mis ojos se acostumbraran a la penumbra, allí olía bastante mal, un aire pesado como de encierro y basura de días. Recordando películas de detectives, comencé por lo que parecía una biblioteca; un salón amplio con dos estanterías repletas de libros. Asistido por un mechero que se calentaba demasiado deprisa y poseía un coeficiente elevado de temblor, eché un vistazo a uno de los estantes medios; la mayoría de los títulos eran tan convencionales que no sugerían para nada estar en la casa de un monstruo. Claro, si tuviera libros como: El manual del crimen perfecto o Como descuartizar a sus víctimas, los interrogatorios se hubieran prolongado algo más, por si las moscas. Entre los papeles de una mesa que hacía las veces de escritorio había facturas de gas y teléfono, publicidad de muebles de oficina, nada importante. Me di cuenta pronto de que en realidad, no sabía qué buscar, y en un arranque de inescrupulosidad, comencé a tasar las cosas que allí había; una minicadena guapa llamó enseguida mi atención. Desconecté los cables, los hice un bollo y los metí junto con los componentes en una bolsa del Corte Inglés que había en un estante llena de folletos de viajes de esos que nunca haremos. En el segundo estante había un diccionario Inglés-Español que consideré de utilidad, y vaya si la tenía porque, dentro,y a lo largo de muchas páginas, estaban intercalados, impecables billetes de mil duros. A estas alturas, la investigación inicial había mutado en un pillaje descarado.
Comencé a retirar libros de sus anaqueles y revisar su interior en busca de retratos de su Majestad. Fue así como di con “El libro de los sueños”, de la forma más inesperada. Las tapas correspondían a un libro titulado “Radioscopia de las cuatro columnas” por Claudio del Véneto, pero contenía otro, un tomo con cuartillas cuidadosamente encuadernadas. Escrito a mano, estaba encabezado con caligrafía meticulosa con la leyenda:
El libro de los sueños

21.6.06

DML quedó en libertad pocos días después y decidí merodear por su casa con la remota esperanza de poder hablar con él. Al principio, una ligera paranoia me impedía estar parado mucho tiempo en una misma esquina; poco a poco fui ganando confianza y me pasaba horas enteras mirando hacia la casona. En un bar próximo pasaba también las horas muertas, llenándome de cañas. Le pregunté al camarero por su vecino tristemente ilustre, le mentí que era periodista y noté que me trataba con una cierta deferencia que me agradaba. Me dije que era una suerte que la gente fuera tan simple mientras le oía decir que no lo había vuelto a ver más que en la tele.
El de la barra tenía su teoría con respecto a la probable reclusión : decía que, lógicamente, ahora que todo el mundo le conocía, prefería no mostrarse y sustraerse así del morbo y la curiosidad . Después de tocar el timbre de la casa a diferentes horas y días, (sería el quinto o sexto día de mi vigilia) y bajo los efectos de un montón de alcohol que llevaba encima salté la verja por la parte trasera del chalet. Una vez dentro, sentí una extraña sensación en el estómago; lo de las rodillas era más definible, me temblaban. Protegido por las sombras que se acentuaban en aquella hora, rodeé la casa . Pasé cerca del patio donde la tierra removida me dio un pequeño escalofrío; una ventana y una puerta que daban a la parte posterior eran las mejores opciones a colarme dentro. Cuando rompí el cristal de la ventana, sonó una campanilla en mi cerebro, y me di cuenta de que lo que estaba haciendo era una completa burrada; y además, ¿desde cuando era yo capaz de hacer estas cosas. Me dije que dejaría de beber, y conforme con mi decisión me deslicé al interior.

20.6.06

Un Viernes en que fui al periódico, pasé al salir por la cafetería; acostumbro colocarme unas cañas para viajar en Metro o lanzarme con mi bólido por la M-30 a 90 Km. /h; no tanto por respeto a las normas sino porque es todo lo que da de sí . Ese día iba de peatón, pero decidí repostar igual. Estaba la dichosa criatura apalancada en la barra con la habitual insolencia de la belleza. Dudé apenas un instante y me acerqué a ella.
-”¿Como lo llevas?”, le pregunté sonriendo.
-”Vaya… respondió con la misma gracia que yo le hubiera atribuido si me hubiera dicho “muérete”. Hubo un corto silencio y decidí atacar con lo primero que se me vino a la mente. Lo esencial era hablar con ella, mostrarle lo brillante que yo era para que loca de pasión me rogara fugarnos a Brasil, aunque fuera un par de horas.
-”¿ Sigues la historieta de DML y sus cadáveres boys?”.
Seguramente era original esa forma de entrarle, porque se me quedó mirando. Nuestro contacto no había pasado nunca de : “Buenos días, buenas tardes o ¿que hay?”.
Acercó su cara mientras bajaba el tono de voz. -” ¡ Me apasiona la movida que ha desatado !”.
-”Pues ya somos dos; con lo que se ha dicho hasta ahora, podrían escribirse varias novelas y todas serían un éxito. Además, en la mirada de ese tío hay algo que produce escalofríos.
-”¿Lo has notado?”. preguntó entusiasmada.
Sentí inmediatamente que ese interés podía explotarse y creo que cargué excesivamente las tintas en lo que me sugerían los ojos aparentemente tranquilos de aquel hombre.
Al cabo de media hora de charla, le había dado mi teléfono, mi dirección y algunos certeros impactos en algún alerón del alma porque, al despedirse, “sentí” que iba a llamarme.
Yo estaba que saltaba; me reconocía como un aprendiz de buitre sobrevolando el desencanto de una mujer joven tras unos años de matrimonio. Pero la verdad es que frente a semejante material, no valían los escrúpulos.
El resto de la jornada la pasé extrañamente animado y sólido. Rechacé un par de invitaciones de amigas trilladas a terrazas y cine y me quedé en casa regocijándome en el recuerdo de nuestra conversación y la imagen de Sandra, una y otra vez. Curiosamente, no tenía rectificaciones baldías que hacer a mi forma de llevar aquella charla como casi siempre me ocurría cuando ya era tarde para reestructurar la telaraña y la mosquita había escapado. Mi única preocupación era la de no saber manejar favorablemente aquellas posibilidades nuevas e inesperadas.

19.6.06

DML sostenía no haber estado en su domicilio en los últimos 40 días, lapso en el cual sugería podrían haberse llevado a cabo los enterramientos y los vecinos más próximos confirmaban no haberle visto en la última temporada. Poco a poco, algunos medios comenzaban a contemplar la posibilidad de la inocencia del belga y consultaban con sus asesores sobre algún probable exceso en los virulentos titulares de mediados de Agosto. Pasados unos días, cuando el común de los mortales apenas recordaba el inolvidable suceso, “La Jet”, tras defenestrar el prestigio del Psicólogo saltaba a la arena con la perla de la hipocresía”:
”Siempre dijimos que no era claro” .
Al leer este titular, el abogado de DML seguro comentó: “ Ladran Sancho”.
El espacio de televisión “Sumario” consiguió por fin entrevistarle en la misma prisión . Apareció ante sus cámaras un hombre tímido, vestido correctamente y dotado de un vocabulario amplio y preciso, pero con una incapacidad manifiesta para sostener su mirada hacia la entrevistadora.
Me pareció que jugaba inteligentemente con la posibilidad que le ofrecía un espacio multitudinario como aquel para probar o al menos sugerir su inocencia. Habían acabado ya las fatigosas sesiones de interrogatorios y su rostro mostraba cansancio. Quizás el único momento en que creí verle titubear fue cuando la comentarista se refirió a aquel supuesto misterio del Libro de los sueños. Fue muy leve su duda, pero contestó a continuación de forma contundente, cuidándose de causar la impresión de que aquel asunto tuviera importancia:
-” Cuando era niño, tenía un libro en el que apuntaba mis sueños, fue una asociación lógica que el periodista no tenía porqué entender”.
-”Era una periodista “ puntualizó la cronista en un arranque de corporativismo feminista-” Que más da, seguro que lo hace mejor que muchos hombres”
Creo que fue esta respuesta la que consiguió el respaldo sin matices de la floreciente masa laboral femenina. El muy cabrón era un relaciones públicas nato. Sin embargo y francamente no sé debido a qué, sentí que el libro de los sueños era algo más.

18.6.06

Nada más llegar, el guarda de seguridad me informó de lo que se consideraba la noticia del verano. La policía había descubierto un cementerio privado en un chalet cercano a Arturo Soria. El único detenido, era un hombre entre los cuarenta y los cincuenta años al que iban a caerle nada menos que dieciséis acusaciones de asesinato.
La primera foto que vi del presunto multihomicida fue en “El hecho”, un semanario escrito con sangre, sudor y semen que siempre tiene la foto más desagradable en su portada. Esta vez, presidía la noticia a varias columnas, la foto de un señor con aspecto de tecnócrata de Bruselas. Había detrás de su aspecto apacible algo que no sé explicar, que generaba desasosiego; evidentemente también lo había notado el autor del libelo que había optado entre esta foto y otra en páginas interiores del levantamiento de algunos cuerpos.
Absolutamente todas las publicaciones consiguieron vender más; cada uno explotando el aspecto que mejor manejaba. Todos tenían “nuevas revelaciones sobre el monstruoso suceso”.
“El hecho” abandonó su mesura inicial y descargó su artillería de “fotos espeluznantes”, La Nación desistió de su habitual circunspección y se atrevió a titular con tipos de casi un Cm. de alto en la página 36 las primeras informaciones al respecto.
Hasta la prensa del corazón se montó al burro del dinero ajeno y pudimos ver fotos inéditas del acusado y una primera mención de “El libro de los sueños”. En aquellas otras fotos, el aspecto de Domingo Moreno Lobo era el de un hombre bueno, incapaz de algo semejante; su historia, contada por vecinos ansiosos de leer sus propias declaraciones en letra impresa, era imprecisa, como lo es la de todas esas personas que restringen su contacto con los demás a los saludos corteses y los comentarios atmosféricos de una duración siempre inferior a los treinta segundos. Por último, el psicólogo que nunca falta en revistas como “La Jet”, aventuraba un diagnóstico teledirigido en el que se nos inducía a buscar en sus ojos transparentes “la sed del mal”.
Aquella mención al “Libro de los sueños” a que me refería, era justamente una exclusiva del semanario. Una joven periodista, tras maratoniana espera sobre las más que soleadas escalinatas de los juzgados de Plaza de Castilla en las que había aprendido Caló en un curso acelerado, consiguió cruzar unas pocas palabras con el acusado:
-¿Quien es el culpable de esta pesadilla? - preguntó atropelladamente
-Ah… es una pesadilla, ¡ apúntala en el libro de los sueños!… y desapareció dentro de un camión celular custodiado por dos armarios uniformados.
Había enigma y cinismo en esa respuesta, “La Jet”, en aquel momento, prefirió entender locura.

17.6.06

Suelo dormir cuando necesito sintetizar y/o absorber algún contratiempo. Aquel día, la síntesis se demoró en llegar.
Al anochecer, prevenido de la caótica situación de mis finanzas, decidí llamar a mi amigo Agustín. El contestador me dio tiempo a repasar otras posibilidades y caer en la cuenta de que ya no había teléfonos a los que no debiera algún dinero.
-”Agustín, soy yo, llámame en cuanto tengas un minuto”. Sabía que lo escueto del mensaje, no traslucía la esencia de mis intenciones y quedé conforme a la espera de un hipotético contacto con la víctima. He llegado al convencimiento de que la presa conocía su condición de tal, porque no he vuelto a saber de él en este último mes, el más agitado de mi vida.
Al día siguiente fui al periódico; como siempre, al llegar sentí la inquietud del deseo subyacente de trabajar allí algún día y ver a todas horas a la saludable Sandra, mujer del director del dominical, ¡vaya tía!. Muchas veces ha coincidido que mientras esperaba entregar algún paquete, la dichosa Sandra, abandonaba el serpentario y se dirigía a un pasillo al otro lado de la sala pasando muy cerca mío; lo suficiente como que me pareciese percibir la vibración de aquel montón de músculos lascivos rematados por una cara al mejor estilo “yo no fui”. Cuando en su desplazamiento quedaba de espaldas a mí, me deleitaba paseando la mirada verticalmente por su cuerpo tantas veces como me era posible hasta que tras de sí aparecía una puerta marrón sin encanto aparente. Me temo no poseer dotes suficientes para describirla sin caer en algún comentario de mal gusto.

16.6.06

El libro de los sueños

Buenos días, traigo un manuscrito y me gustaría saber si es de interés para la editorial. Al ver el mazo sobado de papeles heterogéneos escritos a Bic la mujer arrugó un poco el ceño y preguntó:
-¿”Ese” manuscrito?
-Es que no tengo máquina de escribir y no conozco quien la tenga.
-…Pero hay personas que se dedican justamente a pasar en limpio, …transcribir.
-Olvidé decirle que tampoco tengo dinero.
-Lo siento, no acostumbramos trabajar de esta manera.
Me quedé un momento callado, ensayé una sonrisa que pretendía ser entre simpática y enternecedora y le pregunté sin convicción:
-¿No se le ocurre pensar que, quizás algún día, poseer este manuscrito podría ser muy rentable?.
La mujer paseó sus ojos con rapidez sobre mí, contuvo una sonrisa de desprecio y con los retales, elaboró otra entre benevolente y piadosa mientras clausuraba nuestro encuentro con un :
-”no lo creo…pero gracias igual, y lo siento”, al tiempo que me extendía su mano para dejar claro el estadio de nuestra entrevista. No pude determinar si en aquel sólido apretón de manos anidaba la franqueza o la difundida tesis comercial de que una mano “pescado muerto” genera desconfianza. En cualquier caso era un gesto logrado. Mientras estrechaba su mano, y a modo de confidencia bromista le dije: -”No se apure, con los genios siempre pasa igual”. Salí a la calle sin sensación derrota, enarbolando el estigma de la incomprensión y entré en un bar. Había imaginado muchas veces situaciones que acontecían en mi primer intento de publicar un trabajo; y en todas las ocasiones se producían duelos verbales, por demás ingeniosos, en los que la figura del editor, (siempre un hombre de poblada barriga) era el monstruo a batir con una retórica brillante. Como fuegos artificiales, pero con palabras.
El que hubiera aparecido una mujer sin barriga, hablando poco y de forma precisa, había destrozado rápidamente mis esquemas preconcebidos.
Al salir de la oficina, me demoré un poco en pulsar el botón de llamada del ascensor por si aquella mujer, abría apresuradamente la puerta para informarme que haría una excepción por algún motivo oscuro, (seguramente embelesada por el encanto personal que me gustaría poseer). Por supuesto nada ocurrió, y tomé el primer ascensor que me alejaba de la fama y la holgura económica.
Supongo que al llegar a casa mi ánimo había descendido algunos escalones, porque recuerdo haber liado un porro a deshoras, que fue la antesala de una poderosa siesta.

En casa con papa

Me he traído por fin a otro huido, y este me dio sin querer la solución a un misterio que casi tenía olvidado. Trajo con él el libro que le condujo a mí. Creo que os daré a leer unos fragmentos; ¿os gusta espiar en los secretos de la gente?...lo sabía.