28.6.06

De camino, pasé por la gasolinera, y por primera vez en mi vida, experimenté la gratificante sensación de decirle al de la gasolinera: “Lleno por favor”. Al decirlo, me sentí casi importante. El tipo me miró un momento, como dudando de lo que había oído; nunca me había excedido allí de lo suficiente para apagar la luz de la reserva.
El 1430 no entendía nada, acostumbrado como estaba a la pobreza, temí que muriera por sobredosis.
Mientras comía, tejía historias ingeniosas, en las que le entraba a la
beldad con una brillantez fácil y demoledora. Todas las fantasías terminaban igual, a los besos sobre la barca a la deriva. Sabía que la realidad sería diferente, así que , en aquellas ensoñaciones bañadas en salsa agridulce aprovechaba para palpar la generosa humanidad de Sandra; al borde de la erección y la dispepsia salí del chino y me introduje en el sauna azul metalizado en que se había convertido mi Masserati. Como aún daba tiempo, y quedaban la mayor parte de las quince mil con que había salido, decidí lavar el coche en uno de esos túneles que, no lavan bien, pero sin duda contribuiría a enfriarlo un poco. Comprobé dentro, lo que debieron sentir los que se quedaron en el interior del Titanic, el agua entraba por todos
lados. Me fui chorreando por Alcalá, y en pocos minutos, estaba en el
parque.
Caminaba lentamente por los frescos túneles que formaban los árboles aislando las veredas del bochorno. El canto de los pájaros mitigaba el zumbido incesante de la ciudad a unos pocos metros. Una brisa suave me daba de frente cuando la vi de lejos, ! qué guapa estaba ¡, o mejor,… era. Ahora el aire sabía a gloria.

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