30.6.06

Por el camino iba revisando mentalmente las condiciones de la casa trampa.
El baño estaba discretamente limpio (no recordaba haber visto calzoncillos sucios en los rincones. Había cervezas, ron, coca y el relativo desorden era más pintoresco que desagradable. Conforme con el escenario abrí el primer portal y luego el buzón; como siempre, mi correspondencia se limitaba a publicidad de un híper, ordenadores y dos reclamaciones por facturas atrasadas de gas y teléfono. El sistema era insaciable y despiadado. Subimos en el ascensor y percibí por primera vez una cierta tensión en Sandra, no digo que oliera a feromonas, pero igual asenté su leve turbación en el haber de mi previsto negocio.
Ni bien entramos, cogí una botella de cerveza y serví dos vasos. Le mostré rápidamente la casa, la amplia terraza, la cocina (de la que estoy secretamente orgulloso por no parecerse a ninguna cocina de soltero que haya conocido, higiénicamente hablando), y desde la sala, invadido por un pudor inoportuno, señalé una puerta y dije, “ese es el dormitorio”.
- Me gusta tu casa, ¿y el libro?
La invité a sentarse en el sillón y me puse en cuclillas a su lado mientras se lo entregaba.
-¿Y como lo has conseguido?. Preguntó mientras pasaba las hojas escritas en busca de la última.
-Prefiero no decírtelo.
Se me quedó mirando confusa; probablemente pensaba que todo esto no era más que un truco y supongo que maldecía su credulidad porque cerró el libro sin haber leído ni una línea.
Sin pensar en posibles consecuencias, supe que era vital quitarle aquella idea de la cabeza porque, aunque probablemente sus intenciones fueran parecidas a las mías, a nadie le guste que le tomen por tonto.
Se había quedado con las manos apoyadas sobre la tapa del libro; apoyé sobre las suyas mi mano derecha y me lancé:
-¡ Qué desconfiada eres guapa !…mira, tu me gustas, es más, me gustas mucho, y me parece una idea excelente el que estés aquí, tanto mejor si consigo seducirte, que hagamos el amor y todas esas cosas, pero aquí no hay ningún gato encerrado.
Mi prosa era fluida, precisa y efectiva, me sorprendió a mí mismo el hecho de ser tan directo en semejante cuestión sin el menor asomo de nerviosismo.
-El libro lo he robado, así como otras cosas que me da vergüenza reconocer, de casa del tío ese.
Estaba seguro de que me creía, y le narré los pormenores de mi, hasta ese momento, secreta incursión al chalet de Arturo Soria.

1 comentario:

PRIMAVERITIS dijo...

Uy! una se escapa unos días y luego hay que hacer horas extras.