18.6.06

Nada más llegar, el guarda de seguridad me informó de lo que se consideraba la noticia del verano. La policía había descubierto un cementerio privado en un chalet cercano a Arturo Soria. El único detenido, era un hombre entre los cuarenta y los cincuenta años al que iban a caerle nada menos que dieciséis acusaciones de asesinato.
La primera foto que vi del presunto multihomicida fue en “El hecho”, un semanario escrito con sangre, sudor y semen que siempre tiene la foto más desagradable en su portada. Esta vez, presidía la noticia a varias columnas, la foto de un señor con aspecto de tecnócrata de Bruselas. Había detrás de su aspecto apacible algo que no sé explicar, que generaba desasosiego; evidentemente también lo había notado el autor del libelo que había optado entre esta foto y otra en páginas interiores del levantamiento de algunos cuerpos.
Absolutamente todas las publicaciones consiguieron vender más; cada uno explotando el aspecto que mejor manejaba. Todos tenían “nuevas revelaciones sobre el monstruoso suceso”.
“El hecho” abandonó su mesura inicial y descargó su artillería de “fotos espeluznantes”, La Nación desistió de su habitual circunspección y se atrevió a titular con tipos de casi un Cm. de alto en la página 36 las primeras informaciones al respecto.
Hasta la prensa del corazón se montó al burro del dinero ajeno y pudimos ver fotos inéditas del acusado y una primera mención de “El libro de los sueños”. En aquellas otras fotos, el aspecto de Domingo Moreno Lobo era el de un hombre bueno, incapaz de algo semejante; su historia, contada por vecinos ansiosos de leer sus propias declaraciones en letra impresa, era imprecisa, como lo es la de todas esas personas que restringen su contacto con los demás a los saludos corteses y los comentarios atmosféricos de una duración siempre inferior a los treinta segundos. Por último, el psicólogo que nunca falta en revistas como “La Jet”, aventuraba un diagnóstico teledirigido en el que se nos inducía a buscar en sus ojos transparentes “la sed del mal”.
Aquella mención al “Libro de los sueños” a que me refería, era justamente una exclusiva del semanario. Una joven periodista, tras maratoniana espera sobre las más que soleadas escalinatas de los juzgados de Plaza de Castilla en las que había aprendido Caló en un curso acelerado, consiguió cruzar unas pocas palabras con el acusado:
-¿Quien es el culpable de esta pesadilla? - preguntó atropelladamente
-Ah… es una pesadilla, ¡ apúntala en el libro de los sueños!… y desapareció dentro de un camión celular custodiado por dos armarios uniformados.
Había enigma y cinismo en esa respuesta, “La Jet”, en aquel momento, prefirió entender locura.

1 comentario:

Susy dijo...

Hoy soy la primera.
He leido lo anterior también deleitándome en ello.
Poco sabemos de nosotros, si sabemos algo, y de los demás... solo sensaciones a tenor y a la medida de nuestra necesidad y entendederas.
Me dejaste una nota proponiéndome un "pactito". Dime cual. No supe interpretar tu comentario. Soy espesa.

Sobre todo, la alegría de que vuelvas a prodigarte en escrituras para mi deleite.

Besos.