25.6.06

Influenciado seguramente por el siniestro encanto del “L de los S”, decidí que, en el futuro, apuntaría los sueños, o retazos de ellos que consiguiera recordar. Una y otra vez me desconcentraba recordando involuntariamente mi asalto al chalet. Ni en mis elucubraciones más osadas había llegado a plantearme una cosa semejante. Me preocupaba la idea de tomar como hábito, acciones de este tipo. Robar, para mí, hasta aquel momento, era una travesura más que no pasaba del minipillaje en los grandes almacenes; una especie de reto personal que buscaba simplemente sentir correr la adrenalina entre neuronas dormidas. Además, las cosas que robaba, (y no lo hacía con frecuencia), nunca eran mas que objetos pequeños de ínfimo valor; esta vez no había asaltado el tren de correos, pero sin duda se trataba de un precedente peligroso.
Siempre había sostenido que yo era, esencialmente, un chico bueno, dotado de una cierta incapacidad para el mal y las acciones injustas. Me molestaba la idea de que aquel concepto, del que me enorgullecía, no fuera más que una actitud formal, un dique social, que había cedido ante la presión de un embalse de alcohol mayor de lo habitual.
Me preguntaba porqué este hombre escribía algunas páginas en Inglés y maldije infinidad de veces mi desconocimiento de esa lengua, rogaba que Sandra supiera lo suficiente de este idioma como para traducir porque no me gustaba la idea de involucrar a nadie que no fuera ella.
No tardé mucho en empezar a quedarme dormido con el libro en las manos sin haber podido leer más que algunos sueños y frases inconexas, el día había sido muy agitado.

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