27.1.07

El quinto gol



Rody Zanellato corre por la banda derecha, nadie le sigue. Todos saben que es inofensivo, que seguramente saldrá por la línea de fondo con balón incluído o pisará este haciendo que caiga pesadamente su cuerpo desgarbado con una ampulosidad y ridiculez que le son propias. Nada de esto ocurre; consigue enviar "el cuero" sobre el área ante el asombro de la defensa contraria y la delantera propia, que conociéndole, no le había acompañado y se tomaba un respiro. Tan solo yo había acompañado su jugada inexplicablemente, y digo nexplicablemente, porque al igual que el resto, no esperaba otra cosa que verle cometer una nueva torpeza. Caía la pelota lentamente, como recreándose en ese milagro que seguramente jamás volvería a ocurrir. Ante el portero asombrado consigo saltar a una altura desconocida por mí debido a mi baja estatura, (y es que a los milagros no les gusta salir solos), y conecto un limpio remate de cabeza que entra rozando el travesaño.
Me he pasado la vida buscando la gloria; supongo que era eso, lo que sucedió esa tarde lejana. Ella tenía 19 años, baja y un poco gruesa, no era lo que podría describirse como una bella muchacha; pero en aquel entonces, tenía yo 16 años, no podía resistirme al impulso de las emociones. No estaba mi alma contaminada por patrones estéticos; mi corazón y mis ojos gozaban de una independencia que no he logrado reeditar. Estaba enamorado de ella.
Asistíamos a la misma clase de un colegio nocturno; creo que todo lo hacía por ella, si estudiaba las lecciones o no lo hacía, si acudía a clase o dejaba de hacerlo. Recuerdo que, desesperado por su indiferencia dejé de asistir a la escuela una semana completa y algunos días de la siguiente, con la única intención de que ella pudiera pensar que me había ocurrido algo grave. Fué muy trabajosa aquella locura, una complicada operación secreta de la que el mundo, que siempre se hizo el desentendido, recién ahora tomará conocimiento, y que me mantuvo muchos días de un crudo invierno, deambulando por la ciudad entre las 18,30 y las 23 Hs. Helado, sin posibilidad siquiera de refugiarme en un bar, ya que el único dinero del que disponía era el precio exacto del billete de autobús. Inconvenientes que tiene la pobreza para una buena intriga. Lo más doloroso de aquella ausencia fué no jugar el partido del sábado con el equipo de la clase. Ella estaría allí, pero sin gritar ni reir como siempre hacía; con el semblante oscuro y los ojos ocultos por gafas de sol, seguiría el juego sin entender lo que veía, sin que nadie se jugara un tobillo por ella. Creía verla inmóvil, con los labios apretados; sus manos se enlazaban fuertemente, moradas por el frío. Claro, pensaba que yo me había muerto y se desesperaba; bajaba la cabeza, y al levantarla, dos ríos grises surcaban sus mejillas. Se puso de pié, y lentamente se alejó del campo de juego y las voces que la llamaban.
Buscaría mi tumba para llorar sobre ella, habría de maldecir hasta el infinito haber prolongado su juego de indiferencia. Lloraría sobre su cama , rodeada de los billetes que le escribía en clase, dejaría la escuela, a su novio; rompería con el mundo. Terminó el disco; Roberta Flack acababa de cantar: " Matándome suavemente con su canción" y mi alma se había quedado vacía tras aquella ensoñación trágica. El dependiente de la casa de discos me dijo que iban a cerrar, …que si llevaba el disco. Dije que no con la cabeza y volví al frío.
El Martes a mediodía sonó el teléfono, era Rosa. Intenté un tono de abatimiento y le dije en voz baja (por si lo oía mi madre) que no pensaba volver al colegio. Insistió en verme esa misma tarde ante mi primera y última negativa; sus palabras eran entre seductoras e imperativas y no pude negarme, además el jueguito se ponía peligroso por la cantidad de ausencias injustificadas. No recuerdo muy bien nuestra conversación aquella tarde, yo simulaba una crisis existencial sin atreverme a confesar los verdaderos móviles de mi actitud. Es evidente que ella comprendió la situación porque me vendió la lógica de una madre, envuelta en una remota promesa-esperanza que solo yo podía ver. Me dijo que esa tarde no iría a clase; me alegré y le propuse pasar la tarde juntos. Se negó, adujo que tenía mucho trabajo por hacer y me hizo prometerle que nos veríamos en clase al día siguiente. Me pagó con un beso más cerca de los labios de lo que era habitual. El miércoles, reaparecí con un importante caudal de mentiras y justificaciones, catalogadas precisamente según fueran para profesores o compañeros. Ella lo hizo con la prueba de amor más entrañable que habría de recibir de alguna mujer: más de una semana de apuntes de 8 materias diferentes que seguramente había copiado la tarde-noche anterior. Ese día, y sin dejar de estar enamorado de ella, comencé a quererla. Prometí pagarle el sábado siguiente; la cogí de la mano, por primera y última vez y le dije que haría cinco goles para ella.
Los apuntes del martes, los copiamos juntos de Raquel Lancha, (de quien me enamoraría el curso siguiente). Fué una hora maravillosa, sentados juntos con nuestros brazos rozándose y mirándonos cada tanto con sonrisas cómplices. Pasaron sin novedad los dos días siguientes y llegó el sábado.Son vagos los recuerdos de aquel día en que viví la felicidad como un premio inmerecido pero en el momento preciso; no tengo muy presentes los cuatro anteriores, pero aquel quinto gol no se borrará jamás de mi memoria. Lo festejé como un poseído. Nadie entendía muy bien que un jugador de un equipo que ganaba por 11 a 3 , corriera con los ojos fuera de las órbitas, a abrazarse con otra endemoniada del publico que saltaba y gritaba con dos ríos grises en las mejillas.

A Rosa Antonio

4 comentarios:

Anónimo dijo...

cuidado, luzbel! que hay muchas locas endemoniadas entre el público!
yo me reí a mis anchas (o a tus anchas) desde esta silla vacía, qué gustazo....
luego salté a dormir contigo, aunque tú quizás ni te enteraste... ay.......
bueno, si la Rosa no te hace caso algún día, ya sabes, podríamos hablar de los adverbios en catalán... buenos días, diablo

Lúzbel Guerrero dijo...

Pues sí que lo he notado querida Iruna, y arrastré a la vigilia el calor de su piel, es muy agradable sentirme arropado por esa sensación en esta mañana fría.
Mi querida Rosa va conmigo siempre, y acepta a mis nuevas amigas con su alegría de siempre; esa debe ser la única ventaja de morirse a los veinte años. Le tomo la palabra, no se raje luego ¿vale?. Bon día

gemmacan dijo...

Pocas cosas te llenan tanto de orgullo como la complicidad secreta con otra persona. Que nadie sepa, sólo ella y tú.
Brillante incursión en el área contraria.
Delicioso su quinto gol.

fractal dijo...

Las historias propias son las mejores, basta contar con unos protagonistas y su punto de conexión.
Es la chispa de la vida. Y tal vez de la narrativa.

Bonitas escenas.