¿Podía yo realmente confiar en Sandra y su discreción?. Quizás a esta hora ya le habría contado todo, o casi todo a su marido y en pocas horas estaría la policía aquí para llevarse mi libro, mi minicadena y el dinero conseguido con tantos miedos. Cogí el libro y el dinero, era muy temprano, salí a la calle y me metí en el coche. No tenía muy claro lo que estaba haciendo, pero la idea de quedarme en casa no era muy tranquilizadora. Estuve una media hora sentado en el coche mirando hacia el portal, dispuesto a esfumarme a la menor visita sospechosa. Alternativamente pensaba que lo que hacía era inteligente y precavido, para luego pasar al otro extremo y verme como un estúpido y un paranoico sin mayores motivos. Claro que un paranoico no necesita que nadie le dé motivos, él solito se las arregla. Ese pensamiento me desanimó. Finalmente, decidí dar una vuelta por el chalet y ver el movimiento que allí había. Llegué bastante tenso, di una pasada lentamente por la casa y vi lo que me temía. Una intensa actividad de personas que entraban y salían, dos coches de la policía en la entrada, en la rampa del garaje y curiosos en grupos por los alrededores. Mi primera reacción fue desaparecer de allí lo antes posible. Tomé por la primera calle para el cambio de sentido y me encontré con el bar en que acechara tantas cañas. Luchando contra el miedo de estar entrando en la boca del lobo, detuve el coche y entré en el bar dispuesto a enterarme de lo ya sabía; al menos eso creía yo. El camarero me reconoció y se acercó a mí.
-¿…y? ¿ qué me dice del nuevo episodio?
-Pues por ahora muy poco, ¿qué ha pasado?
- Que el tío ese ha aparecido muerto. Lo dijo con la satisfacción morbosa de poder dar una primicia, de ejercer de enterado. Pedí una cerveza que no pude tomarme y trataba de escuchar todas las conversaciones a un tiempo, buscando datos aquí y allá. Oí estupideces a granel; solo faltó la adjudicación de su muerte a la conspiración judeo-masónica. Yo también tenía mis especulaciones, pero comentarlas allí no se me hubiera ocurrido ni ebrio ni dormido. Dejé el bar y me sumé a los curiosos que rodeaban la casa; allí supe unas pocas cosas más.
Que el olor del cuerpo descompuesto en la bañera había alertado a los vecinos, que con el síndrome de los cadáveres del jardín no dudaron en llamar a la policía, que una de las ventanas presentaba signos de haber sido forzada, con lo que la hipótesis del asesinato no quedaba descartada. Recordé aquel olor al entrar y un amago de arcada trepó por mi interior. Mis piernas comenzaron a temblar; estaba seguro de haberme metido en un buen lío, del que no sabía si podría salir indemne. Era claro que el hombre estaba muerto en la bañera mientras yo rapiñaba en la biblioteca y existía la posibilidad de haber dejado huellas que no se habrían buscado por un robo, pero sí en un asesinato y que dieran con mis huesos en la cárcel por algo más que un simple expolio.
Los sueños nos guían irremediablemente a la realización de sus contenidos, juegan con nosotros y nos impulsan a la destrucción . Debo escapar a su influjo.
2 comentarios:
En realidad, somos nosotros los que nos valemos de los sueños.
Sigo al día.
¿Será verdad que lo que soñamos puede hacerse realidad?
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