14.1.06

Gregorio y el pan duro

Hoy me encontré con Gregorio, un monje loco que conocí en tiempos; cocinero en un monasterio cisterciense, al que abandonó a los ochenta años para casarse con su primera y última mujer. Hay quienes decían que se trató de una estratagema de los hermanos para librarse de él y sus guisos. Me extrañó encontrarlo aquí, pero más me sorprendió cuando me hizo un gesto para que no hablara, y a continuación declamó:

Me gusta comer pan duro
como una oda a la austeridad,
como un homenaje a los tantos,
que lo hacen sin que les guste;
y desparramar las migas
como un acto de autoafirmación
ante mi esposa.
Me gusta comer pan duro,
con patatas, tomates y pimientos,
salpicados de nueces.
Como mediterráneo inteligente,
que no come, cuando quiere alimentarse,
pan duro empresarial, de ese
que ahora llaman pizza ¡Ja!
Me gusta comer pan duro,
por varias razones,
pero sobre todo por el hecho
de que no estoy obligado
a hacerlo.

Y se marchó sin más.

8.1.06

El tiempo

No hay gran cosa para hacer en este sitio, y es verdad que hace mucho calor; es quizá lo único que coincide con mi idea preconcebida antes de venir. Recuerdo mi infancia en Rosario y puedo asegurar que los veranos allí eran al estilo. Aquí no hay moscas, para la observación o la crueldad, y me limito a contar las bocanadas de aire vivificante que me llegan del sur, a analizar su frecuencia e intensidad y generar así una teoría que pretenda situar este lugar en el mundo. Soy un gran experto en esta materia, pero no poder hablar de ello con nadie, me genera una frustración enorme, que canalizo ahondando mis estudios. He desentrañado el misterio de las estaciones en la apacible uniformidad de la eternidad, conocido el secreto de las religiones en un mundo sin ellas y hurgado en los confines de la trigonometría.
No sé cuánto llevo aquí, tantos catecúmenos he sido, como cátedras he creído alcanzar; lo que no deja de asombrarme es la ironía de recordar, vagamente, mi preocupación por la falta de tiempo en el lugar de donde provengo.