23.3.06

El discurso del Honorable

Le gustaría comer con hambre , dormir con sueño o tener cualquier esperanza, aunque fuera pequeña . Le gustaría que le contaran un cuento de amor, aunque sabe bien que esas fantasias dolorosas, viles y demoledoras son un atajo al desaliento. No tener ilusiones es una condena; tenerlas, se dice, es asistir al juicio en que todos los culpables quedan al descubierto. Termina por tanto convirtiéndose en un juez implacable que se condena a sí mismo al ostracismo, que se destierra en lo inaccesible para añorar los sueños de juventud y el candor que cegaba sus ojos; y llora con las películas de amor, con la música del pasado. En definitiva, se le reblandece el cerebro y se convierte en un viejo inútil y desagradable que no puede evitar seguir sintiendo los deseos que nunca envejecen. Aspirante perpetuo al ridículo, los ojos del "Honorable" persiguen las piernas y los senos de las mujeres jóvenes, maldice a Natura por no liberarle de estos deseos inoportunos, pero fantasea con que el milagro podría darse, y alguna estrafalaria, poseedora de un envase en condiciones, le buscara como quien busca a un príncipe azul.
-Su señoría, ¿no ha pensado usté. en buscarse una muhé de su edá?
-Calla bastardo ¿para que mierda quiero yo una vieja resabiada que de mujer solo le quedan los inconvenientes?.
-Yo decía nomás…
-A las mujeres se les caen las tetas, se les arruga el deseo y crecen en la circunferencia equidistante de las zonas de interés, pero su maldita filosofía matemática no hace más que mejorar con los años. Animales razonables hasta la extenuación, pretenden confundirnos poniendo el intermitente a la derecha para girar a la izquierda, tener el retrovisor apuntando al maquillaje y pretender que el aparcamiento es una tarea insoluble; pero todo lo demás, las cosas importantes para su esquema de funcionamiento o su futuro están diseñadas con tiralíneas, cimentadas para aguantar los terremotos mas destructores, y socavar las personalidades más sólidas.