José Luis Candela me lleva a un bar muy extraño, él tiene once años y yo mi edad actual. El dueño se niega a servirnos. Arrojo mi navaja y se clava en la tibia del hombre con un ruido sordo. Me desperté sobresaltado por el sueño que contenía una carga de violencia
desconocida en mi actividad onírica, pero me abracé al libro, sonreí a la minicadena y volví a dormirme.
Omar y yo estamos en un automóvil esperando que otro vehículo que obstruye el paso, nos deje pasar. La policía revisa el coche y saca del maletero un radiocassette y le obliga a arrancar y marcharse. Mi hermano sale del coche (donde antes no estaba) y tropieza dando con la frente en un árbol ; alcanza, antes de desmayarse, a decir : “me rompí la cabeza”. Lo levanto del suelo y lo llevo en brazos hasta un bar cercano. Dentro del servicio encuentro al barman que orina tranquilamente en la pila con una navaja clavada en la pierna. Le digo que salga , abro el grifo y lavo la cara de mi hermano cubierta por la sangre, parece muerto.
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